En la orquesta diaria de nuestras responsabilidades, hay una melodía que resuena con frecuencia creciente: la de las expectativas desbordadas, las metas que se sienten como escalar el Everest con sandalias. El ritmo del cambio, ya no una suave brisa sino un vendaval constante, nos arrastra hacia una vorágine de iniciativas —cinco veces más que hace apenas una década—. Y cuando a esta danza frenética le sumamos el peso de objetivos poco realistas, el espíritu del equipo inevitablemente se resiente. Nace la fatiga, el cinismo silencioso, y la brillantez de la ejecución comienza a opacarse.
El eco de lo imposible: cómo el «no» estratégico forja líderes y equipos invencibles
Escrito el 08/05/2025